miércoles, 5 de mayo de 2010

El árbol de los nombres

Siempre me ha costado recordar el nombre de las personas, incluso mucho antes de que el estrés, las sustancias y la vida en general, afectaran mi capacidad nemotécnica, mucho antes  incluso de que cambiarle el nombre a alguien, por ejemplo a mi novia, pudiese significar una catástrofe.

La primera vez que confesé dicha situación a mi terapeuta, ella concluyó de inmediato que mi falta de recordación con los nombres se debía a un egoísmo inconsiente, que, entre otras cosas, también quedaba en evidencia al preferir las hamburguesas por encima de las pizzas, o los asientos individuales en el metro. Quizá. Negarlo sería torpe y además muy aburrido.

Sin embargo, hace algunos añitos descubrí que no olvido todos los nombres, y que más aún, existen algunos que aprendo con facilidad y puedo saludar en la calle a quienes los portan con tan sólo haberlos visto una vez. Después de mucho pensarlo concluí que esto se debe a una cosa: existen nombres que para mi prefiguaran rostros en automático, es decir, hay gente que en realidad tiene cara de Pedro aunque se llame Mario, ¿me explico?

No concibo una mujer que se llame Margarita y que no tenga el cabello rizado, tampoco imagino a un Rodolfo chaparrito o a un Landeros sin canas. Es obvio que los Munguía tienen cabello negro y las Elizondo usan vestido largo. 

Cuando el universo se configura a que la fisonomía de alguien concuerde con la ocurrencia de sus papases, el resultado es una persona de líneas inolvidables, de ángulos y voces y miradas cargadas de una personalidad propia y agraciada, que poco o nada tiene que ver con la belleza, y sí, con la forma en que el mundo se configura y nosotros ocupamos en él un tiempo y un espacio, que aunque mínimo, es único e irrepetible.

No es casual que muchas de las civilizaciones antiguas, incluyendo las mesoamericanas, utilizaran sus calendarios astrales para designar los nombres de sus criaturas. Por moomentos pienso que en mi República de Poetas muchos deberían llamarse Luna Parda u Ocaso Otoñal. Aunque la mera verdad, tampoco tengo nada contra los Brandon Osama Farías o las Mitsubishi González, total, el mundo desde hace mucho se configura mediante los astros del Imperio, y los niños quieren cortarse el cabello como Ronald Macdonald. Así de barbas.