sábado, 10 de enero de 2009

Regalé mis libros (no es cierto)

"Cuando Dante caminaba, la gente le tiraba piedras,

pensaban que en verdad, había estado en el infierno"

José Emilio Pacheco


Leer era la mejor forma de fantasear que por mucho tiempo tuve, leer era la mejor forma de nutrirme para escribir y para seguir leyendo; hasta que descubrí el helado de maracuyá, o los bares en lunes con glen livet o ver la luna llena con lentes de sol o manejar dando vuelta sólo a la derecha o las cucharadas de salsa tamazula mientras suena Nina de fondo o los espejos a media noche o los taladros haciendo huecos sin parar, o las especias italianas sobre aceite de oliva con ajo y el sonido del sarten tras la caída del pimiento, y los perros ajenos, sobre todo los perros pobres y flacos y tristes, y las miradas furtivas de las nueve en el autobús y los tiros con efecto en el boliche y la mirada lateral de las palomas blancas, y la mirada lateral de las palomas grises y en general la mirada como de reojo de todos los animales, y de paso todos los animales, o la mayoría de ellos; antes me nutría de leer, pero descubrir a los animales me hizo menos dependiente de la lectura, Balzac no podría competir contra mi piraña rastreando un pececillo, o contra los armadillos o la textura de las cochinillas o una ballena de 7 metros pasando por debajo de tu pedorra lanchita o una tarántula sobre tu rostro o sobre otro rostro y en general también cualquier rostro con pómulos de durazno o mejillas de canela; me gustan los rostros que miran como queriéndote encontrar la nuca o un horizonte desconocido, los rostros en las mañanas de domingo o en los puestos de periódico, y ver lsa fotos de los periódicos, sin leerlos, en las noches en que me siento solo a la mesa y ceno plácidamente en mi casa y nomás estamos el silencio y un servidor, oliendo el tiempo, porque el tiempo no se ve pasar, se huele, pongan atención y ya verán.



Así de barbas.