martes, 29 de diciembre de 2009

La banda de los poetas cagones

Siempre me ha parecido un enigma que muchos identifiquen la poesía con las musas, y el trabajo poético como una suerte de epifanía o diálogo cuasicelestial. Para mi la poesía se relaciona mas con la albañilería, mecánica o relojería.

El trabajo poético por tanto, está muy lejos de tocar los cielos y muy cerca de fermentarse como leche en el refrigerador. Nunca he escrito un poema de una sentada. Nunca. Un poema que empiece y concluya como noche de cantina y dominó -donde si bien hay oportunidad para dejar la mesa y orinar y prepararse un trago- el final habrá de llegar en algún momento.

Mis libretas de poemas, que es donde en primera instancia vacío los versos, están llenas de tachones y reescrituras y consideraciones inumerables, en ocasiones un sólo poema de diez versos puede abarcar veinte hojas para su elaboración. Puedo tardarme días, semanas o meses buscando el orden de los factores, que, en poesía, sí alteran el producto. Talacha chinguita corta pega borra conjuga acomoda aligera impacta musicaliza quiebra; la palabra es un vehículo moldeable seductor exigente colérico voluble y divertido.

Pero esas son sólo mis obsesiones. El trabajo poético es un estuche de artillerías variopintas. Conozco poetas que escriben en servilletas mientras comen o almuerzan y manchan cada estrofa de mole y caldo y verduras y salsa; y por supuesto, sus versos son de manufactura envidiable. Algunos prefieren inspirarse frente a un café, en horarios y días perfectamente establecidos. Lo hay que escriben en los papelillos que dan como propaganda en la calle, y al final del día juntan cada papel y forman el rompecabezas de palabras.

Por supuesto, los hay más extremos. Existen poetas o periodos de poesía en que la experimentación es necesaria. Por eso hay quienes escriben con sus fluidos (sobre una tortilla y luego se hacen un taco y se lo comen), o se paran de cabeza, o rezan cada nuevo verso, o escriben sólo mientras están en el baño.

Yo nunca escribo ni leo sobre el wc, pero un día escuché a un amigo quejarse de que en dicho baño no había nada para leer. No me reí, me pareció perfectamente lógico su reclamo. La poesía tiene que romper y tiene que estar ahí, donde sea capaz de sorprenderte, ahí, donde sea leída. Entonces, algunos recordarán aquel primer blo de su servilleta, donde se publicaron por vez primera estos bocetos,

Se trataba de pensar un verso en el trayecto de la mesa al baño de algún lugar público, la mayoría de las veces un restaurante. Entonces rayaba sobre el wc, tomaba una foto y el verso quedaba ahi para el goce o disgusto de los usuarios siguientes. Una trangresión efímera y a menudo concluída por la acción de la fibra y el estropajo.

Ahora, les regalo un poco de aquello:


"El eco es el disco rayado del tiempo"

 
"La intolerancia viste sin sostén"


"La resignación tiene muchos pretendientes"

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cortázar, Salinas y el box

Vamos a ver violencia pactada, dice mi cuate Láctica antes de ponernos frente a la tele para ver el box. Acto seguido, podemos encapsularnos por horas en esas imágenes que incluyen a menudo sangre o situaciones límite.

Me gusta el box desde siempre. La culpa pudo haberla tenido mi abuelo que me regaló un par de guantes antes de cumplir los 4 años. Mi padre también contribuyó al asunto con una afición, si no disciplinada, sí certera para saber dónde estaba sucediendo, o por suceder, una buena madriza pactada (y mejor aún, televisada).

Supongo que me parecía atractiva la posibilidad de ver, lo antes posible, a un fulano azotar en la lona producto de un puñetazo certero. Ahora, me gusta el box por su capacidad estratégica, por lo que sucede y se dice en las esquinas entre round y round, por la preparación, los meses previos a una pelea. Los buenos púgiles son inteligentes arriba del cuadrilátero; minan de a poco a sus oponentes.

Si Cortázar utilizaba la analogía del box para explicar el cuento y la novela, podríamos hacer lo mismo en sentido inverso. Los boxeadores grandes, son aquellos que, como los buenos relatos, te envuelven en su estilo, te cogen de la mano a lo largo de varios minutos y en una espiral de sorpresas; para acabar rematando con el único final posible.

La primera vez que me subí al ring de un gimnasio fue hace unos 11 años. Llevaba entrenando 3 meses y me dejaron "ponerme los guantes". Peleé, o más bien me pelearon, un round completo, es decir, tres minutos de dar y recibir golpes. Quedé molido. Ahora que me dio la crisis de los 30, corrí a un gimnasio y soy muy feliz sacando el estrés. Hace una semana me trepé al ring. Aguanté sólo un minuto. Un madrazo casi, casi me saca el cerebro por los ojos: decidí que más de sesenta segundos eran un riesgo para mi hígado y una amenaza seria a mis pulmones.

Hace tiempo que veo en el box una posibilidad de éxito editorial. Hacer una novela que revele ciertas respuestas a las preguntas del México contemporáneo: ¿quiénes somos, de onde venimos y a ónde vamos? ¿hubo fraude en el 88? ¿por qué el catarrito se convirtió en catarrote? Un título tentativo: Salinas y el Púas Olivares: conversaciones predecembrinas.

Así de barbas.