jueves, 24 de julio de 2008

¿Cómo se llamó la obra?

Eran días ajetreados. Recién me había mudado al departamento donde actualmente vivo tras pernoctar durante un mes en casa de un amigo. Los muebles no acababan de hallar su lugar definitivo, aún había (aún hay) bolsas negras cuyo contenido no era de primera necesidad y el eco de las esquinas multiplicaba las presencias.

Pero no voy a hablar de mudanzas. Ya dije que eran días ajetreados y ya describí el laberíntico caos que engullía la casa. En ese ambiente, me gustaba fumar en el balcón todas las tardes y parte de la noche. De pie, apoyado en el barandal, no discriminaba entre camel y preparados en casa. Tampoco discriminaba entre lamerme las heridas y ovillarme ante la incertidumbre.

Pero tampoco voy a hablar de mí. Ya dije que fumaba en el balcón. Fue durante una de esas tardes/noches cuando sucedió: Segundo piso del edifico de enfrente. Una ventana con luz amarilla, resplandeciente. Una silueta se desnuda, abre las cortinas y ventanas y el cabello roza sus senos arropados por el sostén. Con el torso semidesnudo, fuma en la ventana. Yo la veo como estúpido. Nuestras miradas se encuentran. Ella enciende otro cigarro. La estampa permanece por diez minutos. Se acaba el cigarro y se cierran las cortinas (el telón).

La escena se repite, con variaciones mínimas, varias noches del mes siguiente. Pero ya dije que soy un estúpido (o que la veía como estúpido, que pal caso es lo mismo) y no se guardar un secreto. Por supuesto, llegó el momento en que la escena transcurre mientras había visitas en casa, y yo, pudiendo guardarla sólo para mí, no tardé en invitar al pleno de la reunión a contemplar el espectáculo. Ella, con gran entereza, aguantó de pie durante el obligado par de cigarrillos y después bajó el telón. A partir de ese día, la escena no volvió a repetirse.

Ayer, después muchos, en verdad muchos meses, mientras yo fumo camel y no discrimino entre el acidjazz y el roksito-básico-sin-pretenciones, aparece la silueta que anuncia el primer acto. Ella asoma el torzo semidesnudo, fuma. Nuestras miradas se encuentran. Le sonrío. Apaga su cigarro, escupe al suelo (yo veo caer lentamente la saliva al piso, un recorrido de unos 9 metros) y se baja el telón con el ruido infernal de la ventana.

A eso le llamo guardar rencores. Hoy esperaré toda la tarde frente al balcón, y si es necesario, mañana también. Así de barbas.